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Echar a los leones

Como “manager” soy lamentable. No es falsa modestia, podéis preguntar a cualquier persona que me haya sufrido como jefe. Hacedlo en privado, en público ya sabéis que nadie dice la verdad, no vayamos a quedar mal. No pasa nada, no hay mejor cosa que asumir tus limitaciones y dejarte de gilipolleces de “superar tus miedos” o “dejar tu zona de confort”.

Y soy malo porque, además de tener un nivel de empatía más bien bajo y tampoco me motiva mucho mejorarlo, la gente me aburre. No me aburre en el sentido “soy un ser superior y tu conversación carente de sustancia intelectual es desmotivante”, más bien en el de “me cuesta estar con gente porque tengo que hacer un esfuerzo extra en no parecer tonto”. Esta escena de “Pulp Fiction” define bastante bien mi relación con las interacciones humanas.

El caso es que, por desgracia, en esta vida te toca ser “manager” en alguna ocasión.

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A mi hija, en edad de ir justito para andar, le gusta bajar y subir escaleras. Las baja por el lado donde no está la barandilla, el cerebro humano a veces tiene estas cosas. Me mata tener que cogerla y bajar las escaleras, porque me cuesta creer que nadie nazca para que le guste cargar con un ser de 15 kilogramos arriba y abajo. Mientras llora y te manda en la dirección contraria a la que vas.

Algún día va a hacerlo sola, se va a calzar la hostia del siglo y me tocará llorar. Eso pensé un día hace unos meses en el que, gracias a la entidad superior que controla este tinglado, justo leía esta maravilla, del libro Art & Fear (que parece de arte pero en realidad habla de la vida), que te pego aquí:

The ceramics teacher announced on opening day that he was dividing the class into two groups. All those on the left side of the studio, he said, would be graded solely on the quantity of work they produced, all those on the right solely on its quality.

His procedure was simple: on the final day of class he would bring in his bathroom scales and weigh the work of the “quantity” group: fifty pound of pots rated an “A”, forty pounds a “B”, and so on. Those being graded on “quality”, however, needed to produce only one pot — albeit a perfect one — to get an “A”. Well, came grading time and a curious fact emerged: the works of highest quality were all produced by the group being graded for quantity.

It seems that while the “quantity” group was busily churning out piles of work - and learning from their mistakes — the “quality” group had sat theorizing about perfection, and in the end had little more to show for their efforts than grandiose theories and a pile of dead clay

Así que me dije, cuantas más escaleras suba y baje, con o sin barandilla, menos probabilidad de que me toque pasar la angustia de esos segundos, que parecen meses de confinamiento, entre que oyes el golpe y empieza a llorar. Y con sinceridad, así me deja un rato tranquilo.

Empecé a dejarla bajar y subir las escaleras. Yo simplemente miraba desde 3 escalones más abajo, para en más de una ocasión cogerla al, literalmente, segundo bote. Meses más tarde me pide que me vaya más abajo, que ella puede sola. Cuando ve las orejas al lobo pone el culo en tierra, porque aprender a usar la barandilla no lo llevamos en los genes, pero lo de ahorrarnos dolor parece que sí. No tengo la certeza de que haya bajado las escaleras ella sola, pero tampoco tengo la duda. Y ese creo que era el objetivo.

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Y me doy cuenta que esa ha sido y es mi estrategia de gestión: echar a los leones tantas veces como sea posible y ver si sobreviven. Cuando sobreviven, y lo hacen la mayoría de las veces, ya no te necesitan, aunque te odien un poco por no haberles ayudado.